Tom, el traductor, le había bajado a la realidad. Después de colgar con él, Lucas había llamado a la imprenta. ¡Fue un alivio que no se echaran a perder los mil catálogos, ni el dinero! Le parecieron nada los gastos suplementarios que había pagado por tener que cambiar el texto.
Estaban a punto de aterrizar. Miró por la ventanilla desde su asiento y le dijo a Tom:
—Una vista impresionante de Ottawa, ¿verdad?
—Sí. Ha pasado tiempo desde la última vez que pisé el país vecino.
Le había parecido imprescindible mantener, en persona, una reunión larga con Richard, el responsable de la empresa intermediaria. Entre otras cosas, porque tratarían a fondo algunos aspectos financieros, especificados en los documentos que llevaban. Tom tenía también la especialidad de traducción financiera y había realizado el trabajo meticulosamente, con la precisión que requería la materia.
Lucas no había dudado en costear el viaje del traductor, quería que estuviera presente en la reunión, por las cuestiones que Richard quisiera modificar o incorporar a los documentos. No podía permitirse más errores; menos aún en esta fase final y espinosa del acuerdo.
Richard les recibió con cortesía. La reunión fue intensa, con algunos momentos de tensión, como Lucas preveía. Comprobó que el canadiense dominaba el arte de la negociación.
Después de comer los tres en Gezellig, un restaurante conocido por su anfitrión, se dirigieron a pie a la sede de la empresa. Habían citado a los distribuidores que comenzarían a vender en el país sus productos gourmet. Richard se había adelantado para llegar pronto a la empresa y recibir a los vendedores. Tom comentó a Lucas, cuando se quedaron solos:
—Salvaste bien los obstáculos en la reunión con Richard. Finalmente quedasteis los dos en una «win-win situation».
—Sí, Tom. Eso no hace falta que me lo traduzcas, ja, ja. Para la reunión con los distribuidores ya escucharé a Richard con tranquilidad. Tú, aprovecha la tarde para disfrutar de la ciudad.
—Descuida. Nos vemos esta noche en el hotel; puedes llamarme antes, si necesitas cualquier cosa. Mañana temprano tendrás preparados los documentos, con las modificaciones que hemos visto en la reunión. ¿Sabes?, hemos trabajado bien porque me has tratado como a un socio de tu empresa. Estoy muy satisfecho de haber contribuido a su expansión; ampliar mercados en otro país es un camino largo y no todas las empresas logran recorrerlo con buenos resultados—las palabras de Tom eran sinceras.
Lucas contestó también con franqueza:
—¡ERES un socio! Este camino lo comencé con mal pie y sé que sin tu trabajo no lo habría recorrido bien. Así que, ¡compartimos el éxito!
—Por cierto, ¿tienes previsto mostrar vuestra página web en la jornada de esta tarde? —Tom quería cambiar de tema, no le gustaba alargar ese tipo de conversaciones que él llamaba “sublimes”.
—Sí, la sección que explica las ventajas de pertenecer al club gourmet y la de noticias, por el premio que recibimos este año. Están ya traducidas al inglés. ¿Por qué lo dices?—contestó Lucas.
—Por eso, precisamente.
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