La pregunta es retórica, pues imagino que la dieta de los traductores no es muy distinta a la sigue la población en general. Si acaso, para quienes tenemos la oficina en casa, picar algo entre horas causa estragos en nuestro índice de masa corporal, pero eso es harina de otro costal.
A lo que me refería es a lo que impulsa, motiva y – por qué no decirlo – apasiona a un traductor en su quehacer diario para mejorar y disfrutar con su trabajo. Parece utópico pensar que, en medio de un entorno laboral tan adverso, pueda hablarse de pasión y disfrute, pero creo que es más importante que nunca.
Encontrar un puesto de trabajo, y no digamos ya con unas condiciones económicas atractivas, se ha convertido en algo muy difícil y a menudo en misión imposible para muchas personas en España. Apenas hay excepciones y es algo que ocurre con la gran mayoría de profesiones y estudios, así que ¿por qué no apostar por aquello que nos apasiona realmente? Es la fusión de nuestras habilidades y nuestras pasiones la que nos conducirá al éxito en el terreno profesional.
Estoy convencido de que la profesión de traductor exige grandes dosis de pasión y de curiosidad, y una mente abierta y ávida por aprender.
Incluso para el traductor especializado, nuestro trabajo exige conocer el contexto social, económico, cultural, político, etc., pues es probable que en los documentos a traducir encontremos referencias a este ámbito más amplio.
Por otro lado, la terminología no está formada por un conjunto estático e invariable de palabras, sino todo lo contrario: este conjunto cambia, evoluciona e incluso sigue “modas”. La poderosa influencia de medios de comunicación, redes sociales, empresas y celebridades, así como de idiomas como el inglés y con la globalización como elemento catalizador, son factores que aceleran la adopción de nuevas palabras o la imposición de un léxico sobre otro.
En ámbitos especializados como el tecnológico, el rápido desarrollo de nuevos productos y soluciones, junto con su disponibilidad prácticamente inmediata en todo el mundo, exige al traductor una actualización continua de sus conocimientos. Lo mismo ocurre, en mayor o menor medida y a un ritmo más o menos acentuado, para todos los traductores y en todos los ámbitos.
En el mundo literario, aparentemente mucho menos sometido a los vaivenes de la actualidad, es frecuente encontrar nuevas ediciones de grandes clásicos cuyas ediciones anteriores ya traducidas se habían quedado obsoletas. Y no porque aquella traducción realizada hace décadas fuera deficiente, sino porque el lector de 2016 emplea un lenguaje distinto.
Esta pasión, esta curiosidad y este ánimo por aprender a diario y por adaptarse al mundo que le rodea se transmitirán a los clientes del traductor por una doble vía. Desde luego, la calidad de las traducciones se verá recompensada; además, una actitud positiva solo traerá ventajas y elementos favorables para ambas partes. Es muy gratificante rodearse de personas que aporten optimismo y entusiasmo en nuestra vida diaria: ¿por qué no hacerlo también en nuestra actividad profesional?
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