«Muchas ideas de negocio han comenzado en una servilleta». Al leer esto en la revista Emprendedores, sonreí y me levanté para coger una escalera… Ya con la cabeza metida en el hueco del altillo del armario, lleno de archivadores bien ordenados, protesté: «Cariño, la escritura y papeles antiguos de mi empresa los guardábamos aquí, ¿verdad?» Mientras Laura contestaba con un «claro; tú sabrás, yo no los he tocado», encontré la carpeta que buscaba. La cogí: tenía una etiqueta en el lomo con la fecha «2006». Ya sentado en el sofá, abrí la carpeta y… sí, ahí estaba la servilleta, con nuestros garabatos: letras, números, flechas y hasta un sencillo organigrama de tareas.
Lo recordaba nítidamente: Javier, Carlos y yo en esa cafetería del hotel Meliá de Madrid. Ninguno imaginábamos que ese encuentro informal sería el germen de nuestra empresa. Hablábamos de lo difícil que era competir con los grandes —éramos bodegueros con producciones a pequeña escala—, aunque nuestros vinos fuesen de calidad.
—En una tienda de vinos —comentaba Carlos— nadie elegirá nuestras botellas si a su lado, en la estantería, hay un Ribera de Duero o un Rioja.
Y esas palabras dieron pie al punto de inflexión, porque se me ocurrió contestar: «¿y si no vendemos en tiendas?, ¿y si unimos nuestras fuerzas? —me iba acalorando—; sería posible si vendemos por internet. Un breve silencio. Reflexionábamos, hasta que apuntó Javier:
—¡Sí! El canal de venta será un club privado. Tenemos productos de calidad. Además, si algo sabemos, es sobre «cultura del vino» —. Carlos y yo asentíamos con entusiasmo. Era cierto, los tres nos habíamos formado como enólogos.
Recuerdo que fue entonces cuando abrí mi servilleta. Comencé a escribir palabras, unas debajo de otras, en la blanda superficie del papel: «club privado, pequeños productores, calidad, trazabilidad». Carlos apuntaba debajo: «diferenciarnos: vender “experiencias”»; al lado de esta frase, Javier añadía en letra más pequeña: «catas, degustaciones, conferencias, talleres formativos». Yo aproveché el hueco de una esquina para poner: «chat con sumilleres»; seguíamos escribiendo los tres…
Terminé de leer -tranquilamente- ese trozo de papel y pensé en todo lo que habíamos escrito después de diez años de andadura con nuestra plataforma online, traducida ya a cuatro idiomas. Esto ya no cabía en una servilleta.
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