Siempre procuramos encontrar los mejores precios o la oferta que haga menos daño a nuestro bolsillo. Sin embargo, a veces lo barato sale caro.
Sacrificar la calidad por gastar lo menos posible no es una solución recomendable.
Y esto es especialmente cierto en el sector de la traducción.
Con el auge de Google Translate o el revuelo que genera cada nuevo invento de traducción automática, cada vez cuesta más hacer ver la importancia de que la traducción sea realizada por un traductor profesional, un traductor humano.
Para los traductores no es un secreto la falta de conocimiento de nuestra profesión o lo importante que es formarse debidamente para ofrecer un buen trabajo al cliente.
Es un error bastante común pensar que con que se te den un poco bien los idiomas y tengas un diccionario a mano, basta. Es una lacra que compartimos con otros profesionales, como por ejemplo los fotógrafos.
Llegaron a comentar en el blog de Traducir&Co que «No hace falta una carrera de traducción para dedicarse a esto. Sinceramente considero que os sobrevaloráis. (…) Traducir tiene muy poco valor añadido». El comentario era anónimo, por supuesto.
Para la gente que opina así, es muy tentador recurrir a un familiar que sepa inglés para ahorrarse un dinerito.
Ya se sabe, la ignorancia es atrevida.
Nosotros, con mayor o menor éxito, siempre tratamos de hacer ver a nuestros clientes las ventajas de invertir en calidad y advertirles de que lo barato sale caro.
Es cierto que la mayoría de traductores que ahora son veteranos y reconocidos profesionales, en su día empezaron en esto sin el título o sin la formación específica en traducción. Sencillamente, porque no la había o la oferta de formación era muy escasa.
Da igual, con o sin título, un traductor profesional se caracteriza por su buena formación lingüística, por sus conocimientos en la materia sobre la que traduce, por su conciencia de las diferencias culturales y de las trampas que pueden encerrar las palabras y, sobre todo, por su profundo respeto por la profesión y por el bien del cliente.
Ventajas de invertir en calidad o por qué lo barato sale caro
Un traductor debidamente formado en el oficio sabe tener en cuenta, además del significado literal de las palabras, la finalidad del texto (que afecta a dicho significado) o la polisemia de ciertas palabras con el fin de adaptarse al contexto y escoger en cada caso el equivalente más adecuado.
Por poner un ejemplo sencillo, aunque «issue» significa en el ámbito genérico «problema» o «cuestión» (entre otros), al traductor profesional le saltarán las alarmas ante un término como éste y tendrá mucho cuidado de asegurarse cuál es el significado correcto antes traducirlo de una forma o de otra. En un texto jurídico «issue» podría referirse perfectamente a «descendencia» o también a la «emisión de un documento», por poner un ejemplo que, de hecho, es bastante recurrente.
No es lo mismo «issue» que «issue». El contexto importa.
Una persona ajena a la profesión no suele prestar atención a este tipo de detalles y, en este sentido, la traducción realizada por un inexperto puede acabar saliendo muy cara al cliente que realizó el encargo.
Por eso me remito al título de la entrada, una frase que aprendí de mi abuela y que nunca me ha fallado a la hora de hacer cualquier compra: «El dinero del pobre va dos veces al mercado».
Cuanto más se quiere ahorrar uno, sin tener en cuenta la calidad, más caro acabará pagando por el producto en cuestión. Concretamente el doble: una vez por la primera adquisición y una segunda vez para enmendar los errores debidos a la mediocridad de la primera.
Optar por la calidad es una inversión acertada que permite ahorrar en costes
En lo que al sector de la traducción se refiere, resulta más costoso revisar y corregir errores que hacerlo bien a la primera. Al final, optar por la calidad es una inversión acertada que permite ahorrar en costes.
Otro buen ejemplo sería, sin ir más lejos, el que puse en la anterior entrada Palabras mal traducidas que dañan tu imagen y la de la marca. Ese restaurante no sólo malgastó el dinero en el primer rótulo, sino que deberá volver a emplear recursos en corregir el error y poner el cartel como es debido. Y eso sin mencionar los perjuicios a su reputación y a sus oportunidades de negocio: ¿cuántos clientes habrán perdido? ¿Cuántos clientes que hubiesen entrado a comer allí al final decidieron pasar de largo por la falta de confianza que inspira la dejadez demostrada por ese rótulo?
Las consecuencias pueden llegar a ser peores, por ejemplo, en casos de multinacionales que desean negociar. Cierta empresa energética (que por motivos de confidencialidad no revelaré aquí) perdió un concurso por la deficiente traducción al inglés de su propuesta, y esto me consta porque conozco a la gente que trabaja ahí.
En definitiva, puede que en principio resulte tentador ahorrarse unos centimillos por palabra al recurrir a un aficionado en lugar de a un profesional, pero a la larga este «ahorro» se convertirá en la pérdida de confianza por parte de tus clientes en la calidad de tus productos o servicios, con el descenso de ventas y de beneficios que ello conlleva.
Entre las ventajas de invertir en calidad destacarían, por tanto, que evitarás el ridículo y que la imagen de tu empresa quede gravemente dañada, que seas objeto de burla o que incluso te veas en serios problemas legales si la traducción tiene que ver con contratos, por ejemplo.
La calidad tiene un coste pero, sin duda, será inferior al que te va a ocasionar con toda seguridad un producto o servicio mediocre.
Entiendo que siempre tendemos a la opción más económica para nosotros pero ¿es siempre así? ¿cuáles son los factores que determinan que te decidas por un servicio u otro? ¿eres proveedor de servicios y te sientes identificado con el problema del regateo? Me encantaría conocer tu opinión al respecto ¡deja tu comentario!
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